PEDAGOGÍA LIBERTARIA

 

Es un contrasentido pretender que el niño se acostumbre a moverse y a caminar por cuenta propia, atándole desde el principio de pies y manos. Cuanto más se habitúe el alumno a la disciplina de fuerza, más se incrustará en su ser la naturaleza pasiva, legítimo fruto de semejante procedimiento.

 Y cuando se convierta en un ser por esencia sugestionable, pasivo a las insinuaciones del profesor, no sintiendo en el pensamiento y en la voluntad el más mínimo átomo de deseo de moverse de dentro a afuera, ¿entonces será juzgado el alumno digno de vivir la vida de libertad? Es lo mismo que si se quisiese que por obra de encantamiento saliera la planta después de haber hecho todo lo necesario para impedir la germinación y hasta matar la semilla. Esta contradicción es el prurito en nuestra vida social, ora en el terreno político, o en el terreno penal, o en la pedagogía escolar.

 

Esta es la esencia del interés del anarquismo por la pedagogía. No se puede pretender que los hombres aprendan de golpe a ser libres si han recibido una educación que les inhibe en este sentido. Una de las peculiaridades que más caracteriza la historia del movimiento libertario en España es su plasticidad y capacidad de conciliar la teoría y la práctica.

 

La creación de un mundo nuevo es el objetivo más alto en toda la evolución del movimiento y los medios para conseguirlo son diferentes en cada situación. En una primera fase se atribuye al evento revolucionario el poder de destruir las bases de la sociedad burguesa para poder construir en un segundo momento una nueva forma de vida.

 

Sin embargo, poco a poco la difusión de la cultura se afirma como instrumento privilegiado, un proceso paulatino de “liberación” de la mente humana de los dogmas y de las normas sociales hacia la creación de una conciencia crítica que permita a cada persona elegir por sí misma. De esta manera el anarquismo ibérico emprende el camino de la educación.

 

Lo más interesante de este pasaje consiste en la relación entre ideología y educación como resultado de la relación interactiva entre teoría y práctica, o mejor aún, en el intento de realizar el ideal en la práctica. La necesidad de concienciar a las masas para que sea posible llevar a cabo un cambio en la sociedad resulta así imprescindible y los esfuerzos en este sentido encuentran en España las aplicaciones más diferentes. Asumir el hecho que no sólo hay que construir una nueva sociedad sino sobre todo personas que sepan vivir dentro de ella es el punto de partida para un estudio del tema.

 

No puede nacer una nueva sociedad si no nace una persona nueva que pueda funcionar dentro de ella”. Para demostrar esta relación consecuente, el trabajo consta de dos partes: la primera es una aproximación teórica al argumento y la segunda analiza las aplicaciones prácticas de estos postulados.

 

Partiendo de la etimología de educación, y analizando el pensamiento de varias figuras representativas del anarquismo sobre este tema he intentado entender la evolución del concepto de pedagogía libertaria y definir sus características fundamentales a través de las diferentes contribuciones. Considero que la educación del hombre es el objetivo más difícil de conseguir y al mismo tiempo es una de las actividades en la que menos esfuerzos se invierten. Verdad que no hay tarea tan difícil como la de la educación de los niños, pues se corre el riesgo de que con la mejor voluntad del mundo los moldeemos según nuestro propio modelo; pero hay que trabajar, no del exterior al interior, como ya dije al principio.

 

La experimentación también está a la base del concepto de educación de Piotr Kropotkin, que hace muchas referencias explícitas al argumento. Introduce el concepto de educación permanente y recurrente, considerándola como un proceso en continua trasformación. El objetivo de la escuela no sería transformar un principiante en un especialista, sino proporcionar una preparación y buenos métodos de trabajo para estimular a una búsqueda sincera de la verdad.

 

Me parece interesante destacar la importante intuición sobre la relevancia de la motivación y la experiencia en el proceso de aprendizaje. Al obligar a nuestros hijos a estudiar cosas reales, de meras representaciones gráficas, en vez de procurar que las hagan ellos mismos, somos causa de que pierdan un tiempo muy precioso; fatigamos inútilmente su imaginación; los acostumbramos al sistema más malo de aprender, matamos en flor la independencia del pensamiento, y rara vez conseguimos dar un verdadero conocimiento de lo que nos proponemos enseñar. Un carácter superficial, el repetir como los loros, la postración e inercia del entendimiento, son el resultado de nuestro método de educación; no les enseñamos el modo de aprender.

 

Si la educación tiende a plasmar el hombre según la voluntad y los valores del docente, el papel del iniciador es en cambio profundamente libertario, dado que se concentra en hacer surgir espontáneamente en cada individuo un sentido de autonomía, de libertad y de unicidad. El profesor individualista es entonces un facilitador de autoformación, de autoaprendizaje, el que estimula el “aprender a aprender”. Estimula la búsqueda y la curiosidad del otro. En lugar de tratar de desarrollar lo que cada individuo posee y hacer que el descubrimiento de los conocimientos resulte un camino atractivo, los profesores han convertido la educación en un instrumento de tortura y la escuela en una vergüenza.

 

Un sistema escolar de este tipo tiene como objetivo inculcar en los individuos ideas predefinidas, valores propios del poder burgués, además de inhibir la iniciativa personal y cultivar el aprendizaje mnemónico a expensas del espíritu crítico. Inculcar el espíritu de obediencia y de sumisión a los maestros; anular su voluntad ante la voluntad de una autoridad superior, siempre abstracta, pero representada por seres de carne y hueso: el sacerdote, el gendarme, el juez, el diputado o el rey.

 

De este modo el educador tiene que ser, sí, un facilitador de información pero también un ejemplo concreto de práctica de la libertad y de la solidaridad. Si la escuela es un potente medio de dominación y de transmisión de valores, no podemos ignorar la relevancia de la familia en este mismo proceso. El niño, desde su nacimiento, aprende a asimila a través de los estímulos que le proporciona el ambiente circundante, en primer lugar la familia. Así que si la lucha es para una educación diferente, hay que empezar por la que se imparte en la familia. Según Bakunin el problema consiste sobre todo en la concepción autoritaria que los padres tienen en la relación con los hijos y considera que los niños no pertenecen a sus padres ni a nadie más, simplemente serán hombres libres que pertenecen a ellos mismos y a su futura libertad. De esta manera ataca el papel represivo de los educadores, ya sean padres o profesores, sosteniendo la necesidad de fundar un nuevo sistema educativo en un nuevo contexto social, que valore la solidaridad y al mismo tiempo promueva las potencialidades individuales.

 

La familia normal, espontánea, tendría que basarse únicamente en el afecto y en las afinidades libres, eliminando todo lo que proviene de la fuerza del prejuicio, de las leyes o de los intereses. El “título” de padres no vuelve en absoluto superiores, simplemente implica tener un gran amor hacia los hijos. La educación a la libertad tiene que afectar de igual manera al contexto familiar y a la escuela.

 

Si no hay colaboración entre estas dos instituciones, cualquier acción resulta vana: La situación ideal supone que las dos situaciones educativas adopten los mismos principios y los mismos medios y el autor considera que hay que esforzarse para que esto ocurra de modo que se produzca una verdadera y completa liberación del individuo de los varios condicionamientos. Un educador no puede olvidar todo lo que la educación debe a la revolución, así como un revolucionario consciente seguramente no puede olvidarse de la educación. Una revolución no se hace sin revolucionarios y el individuo revolucionario es, de alguna manera, un producto de la educación.

 

Preparar una revolución significa aumentar la necesidad de ésta entre los individuos, despertar los sentimientos de las masas para que tomen conciencia. La obra educativa es entonces fundamental para obtener un resultado positivo en sentido libertario: sin una apropiada y capilar educación, no puede tener lugar un cambio que se base en la destrucción de un sistema autoritario y de explotación y que sin embargo tienda sobre todo a la construcción de nuevas relaciones sociales, nuevos valores, nuevas relaciones económicas y políticas. La importancia que debe de tener el tema de la escuela en el movimiento anarquista, para que de instrumento de dominación se convierta en un coeficiente de liberación y de rebeldía.

 

Si bien el hambre puede ser a menudo un incentivo para la revuelta, verdadero coeficiente de rebelión que hace más profundas y realizables las revoluciones, es sobre todo la cultura lo que educa hacia un más alto sentimiento moral e ideal. Y la cultura, puesta a disposición de todos, muestra a los desheredados cuánta belleza y cuánto placer, en su mejor acepción, puede dar una vida verdaderamente vivida con total aplicación de las propias facultades físicas, intelectuales y espirituales. Esta educación, que enseñe a los hombres la belleza de vivir, se traduce así en un acicate a la lucha por la conquista del derecho a la vida, del derecho al pan, al saber y a la libertad.

 

Otro punto de vista es el del padre del anarquismo que, si por un lado aprecia el valor de la educación, sin embargo exalta el sentimiento de la rebelión. Bakunin sostiene la importancia de la difusión de los conocimientos. La evolución del concepto de pedagogía libertaria insiste en la necesidad de asumir desde un principio la perspectiva de un cambio radical, sin esperar que todos estén instruidos, dado que el acto antagonista de rebelión constituye en si mismo una gran escuela de formación.

 

Una verdadera revolución consiste precisamente en la abolición de cualquier forma de tutela, en exterminar completamente cualquier poder del Estado. Queremos hacer del pueblo un ser adulto y, para que esta madurez sea efectiva, es necesaria la ciencia, pero [el pueblo] no tiene ni el tiempo libre ni los medios para instruirse. Además, el gobierno, hoy todavía poderosísimo, empleará con toda seguridad sus gigantescos medios para obstaculizar la instrucción real del pueblo. Toda la cuestión social está ahí. En esto reside la necesidad de la revolución. De la teoría a la práctica.

 

El monopolio por parte de la Iglesia de los centros de instrucción había fomentado en la segunda mitad del siglo XIX la creación de ateneos y centros obreros, en un principio republicanos o federales, donde se mezclaban diferentes tendencias políticas, que funcionaban como centros de formación. Este es el terreno en el que se desarrolla la experiencia más famosa, la Escuela Moderna, que constituye un punto de referencia obligado en la pedagogía y que ofrecerá un conjunto teórico que se adapta perfectamente a la ideología anarquista.

 

Las obras publicadas se utilizarán en todas las sucesivas experiencias de pedagogía libertaria; entre ellas destacamos Las aventuras de Nono de Jean Grave, que utiliza la novela como instrumento crítico de la sociedad, Sembrando Flores, novela encargada a Federico Urales por el mismo Ferrer Guardia y las obras del geógrafo Eliseo Reclús.

 

Me parece muy interesante entrar en los detalles y entender el funcionamiento cotidiano de estos centros educativos para dar el paso de la teoría, que normalmente es objeto de estudio, a la práctica de todos los días, a la realización concreta para una educación alternativa.

 

Las escuelas racionalistas apostaban por un libre desarrollo del niño, por ponerlo en el centro de un proceso educativo basado en el descubrimiento, estimulando su curiosidad natural. La ciencia y la naturaleza estaban en la base de una enseñanza que apuntaba a cambiar las relaciones entre individuos, a crear espíritus críticos, personas capaces de decidir por sí mismas: “Antes que aprender hay algo más importante: vivir. ¿No os parece que es antes para el hombre ser feliz que saber ciertas cosas? Pues bien, ese creemos que ha de ser el objetivo fundamental de nuestra escuela: ayudar a los niños a ser felices, a que jugando y cantando cultiven la imaginación y a que ésta se manifieste con la invención de cuentos, representaciones y otras fantasías”.

 

Al forzar a los niños a que aprendan normas y disciplinas que los mayores, ya condicionados, les imponen, debilitan su curiosidad y atrofian su imaginación aplastada en el momento mismo que ansiaba volar ávidamente. Es así como, generación tras generación, los llamados maestros matan la curiosidad creadora de los chicos y desvían sus anhelos de cooperación ingenua hacia ademanes agresivos y de insana competitividad”.

 

Un ejemplo claro de esto es la Escuela Natura de Cataluña. La mayoría de los maestros trabajaban gratis. Eran estudiantes que seguían su curso en la Escuela Normal de Maestros y no empezaban a cobrar hasta después de titularse, en cuyo momento salían destinados a pueblos en los cuales el Sindicato Local de la CNT había montado una escuela y solicitaba un maestro”. La importancia de la experimentación en el aprendizaje manifestaba el rechazo a cualquier dogmatismo y la coeducación de los sexos estimulaba la confrontación y la individualidad de cada niño. A través de la correspondencia con otros centros escolares descubrían otras regiones de España y el debate entre alumnos tenía un importante papel en la elección de los temas a profundizar.

 

El concepto de educación libertaria a menudo, a lo largo de los siglos XIX y XX, se ha relacionado con una actitud negativa y permisiva del maestro o del padre; en cambio se han ignorado muchas de las propuestas innovadoras para la época, como la coeducación de sexos, el paidocentrismo o la educación integral, que no han recibido la valoración merecida y no se ha reconocido la influencia que tuvieron en la configuración actual de la enseñanza. Las diferentes experiencias que se han llevado a cabo en toda Europa entre los siglos XIX y XX han contribuido a una modernización de los sistemas escolares y han demostrado la viabilidad de estos planteamientos teóricos. La fe en la Razón (que dio nombre a las escuelas racionalistas) y en la ciencia propugnaba el progreso y la difusión de la cultura como medios para la emancipación, sin embargo no hay que olvidar que el método de aprendizaje resulta fundamental en este proceso. Si al principio se ponía el enfoque en combatir la ignorancia, en dar una cultura a los obreros para que no quedasen en un escalón inferior, poco a poco los anarquistas toman conciencia de la importancia del método. De este modo la educación no se limita a ser un instrumento de emancipación, sino que llega a ser el medio para construir una nueva sociedad, el motor de la liberación del hombre.

 

Creo que hoy en día se minusvalora la importancia de la educación. Hay que ser concientes de que crecer con métodos autoritarios significa asimilarlos y que no se puede pretender que alguien sepa disfrutar de su libertad si nunca lo ha visto hacer. Auto-educándonos, sacando nuestros deseos, nuestras actitudes, nuestro yo, rechazando los esquemas y los papeles en los que hemos crecido y que la sociedad nos impone. Aprovechando el bagaje cultural del anarquismo de principio de siglo XX podemos apostar por la pedagogía y las relaciones humanas. De alguna manera habría que aprender a desaprender: los niños nacen completamente libres, y través de la educación aprenden a aceptar los esquemas de nuestra sociedad; intentemos en cambio ofrecerles el mejor ambiente para desarrollar libremente su personalidad.

 

Confundido con el antiestatismo, el «todo vale», el caos, la violencia y el terrorismo, el anarquismo es probablemente una de las ideologías políticas más malinterpretadas y demonizadas de nuestro tiempo. Los escritos anarquistas han sido durante mucho tiempo el coto de las subculturas activistas, mientras que sólo han atraído una atención marginal en los círculos académicos. La marea parece haber cambiado junto con la desilusión generalizada con el estado neoliberal autoritario y los aparatos de vigilancia orwellianos que se han extendido a raíz de la crisis actual. En particular, el impulso político de los movimientos sociales horizontalistas con rasgos anarquistas, que toman las plazas y exigen «democracia real ya», ha estimulado una renovada curiosidad académica por las ideas y prácticas anarquistas.

A pesar de ello, el renovado interés por el pensamiento anarquista es un ejemplo de la búsqueda de un orden socioeconómico alternativo, un orden que va más allá de las concepciones reformistas y provincianas de lo que se considera comúnmente como políticamente aceptable y factible.

La (re)producción de la vida cotidiana a través del trabajo está en la base de todo sistema económico y político, incluido el que podría ser anarquista. ¿Qué visiones alternativas sobre la producción, distribución y consumo de bienes y servicios ofrece el anarquismo? ¿Cuáles son las virtudes y los escollos de una organización anarquista de la economía? Puede que el anarquismo no sea célebre por sus distinguidos puntos de vista sobre la economía; sin embargo, una serie de anarquistas ha esbozado puntos de vista bastante concretos sobre cómo organizar formas alternativas de producción y, para el caso, un orden socioeconómico alternativo que no sea capitalista en esencia.

 

Abandonar las zonas de confort de la mera crítica capitalista y prever un futuro anarquista no capitalista puede parecer una empresa desalentadoramente ingenua. Como nos recuerda Emma Goldman, el anarquismo no es «un programa o método cerrado sobre el futuro». Las soluciones a los problemas de la sociedad se encuentran más bien en una interacción dialéctica entre el pensamiento y la acción.

La teoría anarquista abarca una compilación heterodoxa de ideas, que significan cosas diferentes para diferentes personas y que están en constante cambio y evolución. La teoría anarquista abarca una compilación heterodoxa de ideas, que significan cosas diferentes para diferentes personas y que están en constante cambio y evolución.

 

El anarquismo se asocia a menudo con una profunda desconfianza hacia las organizaciones formales, en particular el Estado. Sin embargo, el anarquismo no es simplemente anti-estado o anti-gobierno. El Estado, como conjunto de normas e instituciones, no se considera más que una fuente de relaciones sociales de poder desiguales. Con la excepción de una rama insurreccionalista que propaga un surgimiento revolucionario instantáneo de las masas populares, las estrategias anarquistas para la transformación social tienden a ser tanto de naturaleza revolucionaria como no reformista. Los anarquistas ven el cambio social como algo incremental, que tiene lugar aquí y ahora, y no en forma de una gran transformación que liberaría a toda la humanidad de una vez en un futuro lejano.

 

Al igual que el capitalismo se desarrolló en los intersticios del feudalismo, también se cree que la transformación hacia una sociedad no capitalista y anarquista evolucionará de forma progresiva a través de la ampliación de los espacios sociales con formas organizativas alternativas. Dado que la lucha para superar el capitalismo no puede imponerse ni delegarse desde sistemas de poder jerárquicos y formales de arriba abajo, como el Estado o los partidos políticos, las luchas de base ascendentes que tienen como objetivo cambiar las microrrelaciones en la vida cotidiana se consideran la vanguardia para cambiar las macroestructuras.

La (re)producción de la vida social es esencialmente un esfuerzo colectivo, que engendra relaciones sociales de poder. Los anarquistas cuestionan fundamentalmente las relaciones sociales de poder desiguales dentro del capitalismo entre los pocos ricos, que controlan los medios de producción, y los muchos trabajadores, que venden su mano de obra. Comprometidos con la organización horizontal, los anarquistas buscan una redistribución radical de la riqueza y el poder, esforzándose por crear las condiciones materiales para una sociedad no explotadora e igualitaria con estructuras de propiedad comunal de los medios de producción.

Lo que también se denomina comunismo libertario, o mutualismo, se basaría en la libre experimentación de diferentes tipos de acuerdos económicos – acuerdos que van más allá de la producción en aras de las ganancias y que generalmente giran en torno a colectivos de producción horizontales (directos) gestionados democráticamente y descentralizados.

Se formarían asociaciones voluntarias o contratos con otros, dando lugar a agrupaciones o redes horizontales en las que se intercambiarían productos y servicios. Como el anarquismo no puede imponerse a las personas, siempre existiría una incómoda contradicción entre la autoorganización individual y la colectiva. Además, habría que respetar las decisiones democráticas para una organización jerárquica de la producción. Así, los grados de organización horizontal y de autonomía variarían entre los distintos colectivos de producción.

Los valores y principios centrales del pensamiento anarquista, como la autonomía, la cooperación voluntaria y el apoyo mutuo, así como la equidad, la solidaridad y el respeto mutuo, prevalecerían en la organización de las actividades económicas.

Mientras que la cooperación voluntaria en el ámbito de la economía se refiere a los acuerdos entre entidades económicas que se centran en proyectos conjuntos y en el logro de objetivos comunes, el apoyo mutuo se refiere a las prácticas altruistas y solidarias destinadas a mejorar el bienestar de las entidades económicas sin que el proveedor de la ayuda se beneficie directamente de ella.

La producción colectivista descentralizada y democráticamente planificada permitiría la reincorporación de la economía en las relaciones sociales, en lugar de dirigir la sociedad como un complemento del mercado, como ocurre en el capitalismo contemporáneo. La producción se organizaría en función de las necesidades.

¿No es el estudio de las necesidades lo que debe regir la producción?

 

 

Una orientación basada en las necesidades rompería con el imperativo de la incesante acumulación de capital y el crecimiento económico, así como con el consumismo hedonista de los privilegiados. El excedente de producción, necesario para crear reservas para tiempos de inseguridad económica o escasez, seguiría siendo necesario pero se mantendría a raya. Algunos ámbitos serían relativamente pequeños o de orientación local o regional, en particular en el ámbito de los alimentos y los productos básicos. De este modo, no sólo la producción, sino también la distribución y el consumo estarían menos alienados, se reforzaría la autonomía y la soberanía locales y se reduciría el comercio a larga distancia, que tanto desperdicia la energía. Sin embargo, esto no significa que haya que abandonar por completo las industrias a gran escala que utilizan tecnologías avanzadas y se benefician de las economías de escala o del comercio. La escala adecuada de producción (y comercio) tendría que determinarse democráticamente, teniendo en cuenta las necesidades objetivas de la producción y de quienes trabajan y viven junto a los procesos de producción.

Los anarquistas consideran que un tiempo de ocio suficiente es esencial para la creación consciente de una vida equilibrada. Como subrayó Kropotkin , la producción económica debe orientarse hacia el «bienestar para todos», «dando a la sociedad la mayor cantidad de productos útiles con el menor desperdicio de energía humana». En una organización anarquista de la producción económica, surgiría una nueva división del trabajo. El lugar de trabajo no sería fijo, lo que permitiría una composición equilibrada de las tareas. Los trabajadores participarían en la planificación y tomarían las decisiones que conciernen a la organización del trabajo diario, incluyendo también las decisiones de abandonar los colectivos de producción a su libre albedrío.

En todo el mundo han existido a lo largo de la historia centros de producción autogestionados y organizados horizontalmente en los que los trabajadores toman decisiones democráticas directas y son propietarios de los medios de producción.

Las cooperativas de todo tipo imaginable son ciertamente menos explotadoras y con frecuencia permiten valiosas zonas de autonomía de los trabajadores, derechos de ingresos básicos, esquemas de remuneración más equitativos, empleo sostenible y altos grados de habitabilidad de la comunidad. Sin embargo, al operar en los márgenes del capitalismo, las cooperativas no pueden eludir fácilmente los imperativos de la acumulación competitiva de capital. Es más, los lugares de producción anarquistas, que se desarrollan al borde de la competencia capitalista, siempre corren el riesgo de retroceder al capitalismo. Esto plantea importantes cuestiones sobre si una auténtica reorientación de la sociedad hacia una organización alternativa puede surgir únicamente del nivel micro (esto es precisamente lo que hacemos con nuestros grupos de consumo o nuestra huerta)

 

Las iniciativas de abajo a arriba de los colectivos de producción autogestionados ejemplifican sin duda la política prefigurativa anarquista, y pueden ser esencialmente emancipadoras y empoderadoras por naturaleza. Sin embargo, los valores y principios organizativos anarquistas, como la cooperación y la ayuda mutua, así como otras formas de comportamiento empático y solidario. Los anarquistas, al dar primacía ontológica a las luchas sociales a nivel micro, pueden aprender de la visión macrosistémica de los marxistas, partiendo del punto de vista de la totalidad, y por tanto, del capitalismo global. Las fuerzas centrífugas de la competencia no son más que un aspecto crítico que corre el riesgo de distorsionar una economía anarquista.

 

Aunque es imposible trazar planos claros sobre una economía política anarquista y hojas de ruta concisas sobre cómo llegar a ella, las utopías anarquistas proporcionan una valiosa inspiración para prefigurar una distribución igualitaria de la riqueza y el poder en una sociedad. Si entendemos el utopismo como «la exploración perpetua de nuevas formas de perfeccionar una realidad imperfecta» entonces la mera posibilidad de imaginar un mundo diferente ya alberga la perspectiva de que se convierta en un proyecto viable. Sin embargo, estas utopías no deben ser excesivamente románticas o idealizadas, ya que pueden transmutarse fácilmente en ortodoxias dogmáticas. Es importante destacar que las utopías siempre tienen que ser revisadas a la luz de las prácticas pasadas y reales.