Siempre que hay elecciones, las anarquistas nos vemos obligadas a explicar por qué no vamos a las urnas, y muchas veces tenemos dificultad para hacerlo. La dificultad radica en la falacia reformista, según la cual, la revolución es muy deseable pero, como no podemos esperar indefinidamente a que se produzca, mientras tanto hay que dar solución a los problemas de la vida diaria y que, mientras haya un gobierno que dirija nuestras vidas, podemos elegir entre los partidos más reaccionarios y enemigos de la clase obrera y los más progresistas o proclives a defender nuestros derechos.

La primera inclinación que tenemos es usar el argumento de la legitimidad. No votamos porque al hacerlo estamos legitimando al gobierno y al estado con nuestro voto. Pero obtenemos una respuesta que nos deja sin mucha salida: el estado no necesita nuestro voto para legitimarse; se legitima a sí mismo por sus instituciones y poderes, y en ese sentido nuestro voto le da exactamente igual. Ante ello nos resistimos, y recurrimos al fantasma de la abstención, sugiriendo que es el mayor miedo del estado y, por tanto, no le resulta indeferente. Y repetimos el axioma de que, si nadie votara, los gobiernos colapsarían, al estilo de Saramago en el Ensayo sobre la lucidez.

Sin embargo, la realidad nos arruina el argumento: Portugal tuvo una abstención de más del 60% en las elecciones de 2021; Chile o Eslovenia son países donde esa cifra de abstención es muy habitual. Y el resultado es… que no ocurre absolutamente nada. Pasando por encima de argumentos poco convincentes como “en el fondo lo importante no es si votas o no, si no lo que haces con tu militancia activa anticapitalista” (falso, como explicamos más adelante), o por salidas mordaces del tipo “yo no voto porque no colaboro con organizaciones criminales” (falso, colaboramos con el estado continuamente, muy a nuestro pesar), las anarquistas debemos encarar el tema de frente.

Para desmontar la falacia reformista, primero es preciso demostrar que el voto es pura ilusión. Para empezar, el mundo no está gobernado por los políticos/as, sino por las grandes fortunas y las multinacionales. La clase política y los gobiernos son solo instrumentos que aquellas utilizan para sus intereses. Y a ellas, a las verdaderas dirigentes del orden mundial, nadie las vota ni las elige. Por otra parte, las anarquistas perseguimos el fin de la explotación y el reparto de la riqueza. No se conoce ningún gobierno del mundo en toda la historia que haya solucionado jamás la miseria ni las desigualdades sociales.

Las leyes cambian pequeñas cosas, pero el sistema nunca cambia, los poderosos nunca pierden sus privilegios. Aún así, insisten inagotables quienes defienden el voto, un gobierno puede hacer leyes que favorezcan más o menos a la clase trabajadora, y eso depende de los partidos elegidos, y por tanto del voto. Aclarando que los gobiernos no nos conceden nada con sus leyes, sino que solo nos devuelven una ínfima parte de lo que nos han robado, respondemos a través del compañero Berkman, que decía que pretender mejorar la sociedad dictando leyes es como intentar cambiar un rostro cambiando el espejo; no existen caminos políticos para la emancipación social y económica. De hecho, las teóricas anarquistas han señalado siempre que, cuando se obtienen mejoras económicas o sociales como una concesión negociada de la clase opresora (una ley, por ejemplo), estamos fortaleciendo el sistema y los privilegios, mientras que, cuando son fruto de la lucha y conquista de las oprimidas, facilitan el camino a la transformación real. Lo cual significa que lo importante no es el fin, sino los medios que utilizamos; no importa la magnitud de las mejoras, sino la forma en la que se han obtenido.

El posibilismo solo piensa en el objetivo inmediato, sin calcular si con ello favorece o perjudica el objetivo final transformador. Pero, no contento con eso, afirma que puede utilizar las herramientas del poder para destruir al propio poder, o al menos para arrancarle importantes mejoras. Con la misma premisa de “vamos a usar los comités de empresa para atacar al sistema desde dentro”, se defiende también el voto. Y aquí está una de las claves: jamás poder alguno dejó conscientemente en manos de sus enemigos las armas que pudieran hacerle el más mínimo daño. El voto, el sufragio parlamentario, es una de las herramientas más poderosas del estado-capital, porque sirve a sus propios intereses pero a la vez hace creer a millones de personas que votan para mejorar su propia vida. Recordamos a Orwell, al afirmar que “el poder no es un medio, sino un fin en sí mismo”, a Durruti, diciendo que “la política de la clase obrera no tiene más parlamento que la calle”; o las palabras de la activista Audre Lorde: "Las herramientas del amo no destruirán la casa del amo".

El voto, las elecciones parlamentarias, las elecciones sindicales, las subvenciones y los comités de empresa son las herramientas del amo. Cuando las trabajadoras votan, delegan, se acostumbran a dejar en manos de otras personas las luchas económicas y sociales (en personas cuyo interés precisamente es apagar esas luchas), y por tanto se alejan de la lucha colectiva por la acción directa horizontal y antiautoritaria. En una palabra, el voto, cualquier voto, y por cualquier motivo, contribuye a la desmovilización de la clase obrera. Cuanto más combatimos el voto, más promovemos la organización asamblearia, porque parlamentarismo y asamblearismo son opuestos y contradictorios. Por eso la respuesta más sencilla de una anarquista es que no votamos por coherencia: si buscamos la destrucción del estado, apoyar un gobierno con nuestro voto sería un acto de hipocresía. No se puede ser a la vez anitiautoritaria y apoyar un sistema autoritario. Pero aún oímos a lo lejos el último mantra reformista: “si no votas, no te puedes quejar”. Siempre resulta un placer poder responder a semejante estupidez, porque es exactamente al revés: si votas, después no te quejes.

Las leyes dicen que el gobierno surgido tras las elecciones puede legislar y gobernar a su antojo durante cuatro años. Por tanto, tú, si eres demócrata y participas de ello, deberías aceptar esas reglas, y no saltártelas cuando te interesa. Las anarquistas somos consecuentes con nuestra opción: no votamos, y nos organizamos asambleariamente al margen de las instituciones; luchamos por la acción directa y con el apoyo mutuo. Si el estado quiere que votemos, es porque sabe que el valor del voto está en el mismo acto de votar. “Hagamos de modo que los trabajadores no voten y que las elecciones se las hagan ellos, gobierno y capitalistas, en medio de la indiferencia y del desprecio del pueblo, porque cuando se ha destruido la fe en las urnas, nace lógicamente la necesidad de hacer la revolución." (Malatesta, En tiempo de elecciones).

Texto escrito por:

DANI (militante del SOV Madrid. CNT AIT)

 

1 Aunque Audre Lorde no era anarquista, y aunque ese texto fue lanzado en el contexto de una lucha feminista, la idea es totalmente aplicable a cualquier lucha contra cualquier opresión. El texto dice: “Porque las herramientas del amo nunca desmontan la casa del amo. Quizá nos permitan obtener una victoria pasajera siguiendo sus reglas del juego, pero nunca nos valdrán para efectuar un auténtico cambio. Y esto sólo resulta amenazador para aquellas mujeres que siguen considerando que la casa del amo es su única fuente de apoyo.” (La hermana, la extranjera. Artículos y conferencias, 1984.